La primera mujer europea en venir a Chile, la joven viuda que conoció a un gran capitán y que siguió sus sueños de conquista, la valiente y audaz defensora de la naciente Santiago de Nueva Extremadura, la abnegada esposa de un gobernador. Ella, una de las mujeres más respetadas de su tiempo que hoy es recordada con plazas, calles y hasta una estación del moderno metro de Santiago; esa misma mujer distinta, que hasta tiene una novela sobre su vida, no se llamaba Inés de Suárez.
Bueno, casi. Como este es un espacio para la genealogía, donde los nombres y apellidos son la columna vertebral de los árboles familiares, me pareció adecuado ahondar en sus usos, para que aprendas también a utilizarlos correctamente.
Para explicar claramente por qué Inés de Suárez no existió, me detendré en dos tópicos relevantes.
1. Uso del “de”, “del”, “de la”, “de las”, “y”…
Cuando hablé de los apellidos, de lo arbitrarios que podían ser, no me detuve a explicar la preposición “de”, que muchas veces estaban incluidas en los nombres (nombre propio más apellidos) de las personas en épocas coloniales. Hoy están prácticamente en desuso en Latinoamérica en general, aunque no del todo. Aún hay algunos linajes que lo ocupan, como los “de Toro”, descendientes del presidente de la primera junta de gobierno, conde de la Conquista. Quizás por esto mismo, algunas personas han creído que esta partícula está relacionada con la clase alta o con la nobleza; sin embargo, está muy lejos de la realidad, al menos en lo que se refiere a apellidos de origen y uso españoles, no así los franceses (por ejemplo), donde esta partícula sí está vinculada a la nobleza (aunque también se masificó su uso) o los alemanes con el “von” más restrictivo. El “de” de los españoles fue usado muchísimo, hombres y mujeres y de todas las clases sociales, era algo totalmente generalizado, no denotando ningún origen noble. Además, a veces se incluía y otras veces no. Por lo mismo, no tiene sentido referirse a aquellas personas como el señor “de Cervantes”, simplemente es Cervantes.
El “de” generalmente se relacionaba a una procedencia, por lo tanto antepuesto a apellidos toponímicos (derivados del nombre de un lugar), como Juan “de” Soria o Pedro “de” Valladolid; también fue generalizado a otros tipos de apellidos, de nombres comunes como ríos, palma, robles, bosque, etc. Pero donde nunca se usaba era antecediendo a un apellido patronímico, que son los derivados del nombre del padre, como González, Pérez, Sánchez, Álvarez, etc. En este caso, la terminación “ez” refleja que quien porta ese apellido es “hijo de”. Por ejemplo, González es “hijo de Gonzalo”, Álvarez “hijo de Álvaro”; Sánchez “hijo de Sancho”. Indudablemente nacieron para diferenciar a personas que tenían el mismo nombre de pila, variando entre generaciones con los nombres propios, por ejemplo, un Álvaro era padre de Hernando Álvarez, y este padre de Sancho Hernández…, hasta que se conservó el apellido sin variación, y entonces el Hernández se transmitió de padre a hijo y de este en adelante.
Pues bien, el “de” nunca va con estos apellidos por una razón muy simple, si tu nombre era Francisco González, en el fondo eras Francisco hijo de Gonzalo, porque eso significa el apellido González; entonces sería redundante agregarle un “de” antes del apellido, si fueras Francisco “de” González, serías Francisco de hijo de Gonzalo, el “de” ya está incluido en el apellido y por lo tanto sobra.
Volviendo a nuestro caso inicial, Suárez también es un apellido patronímico, que significa “hijo de Suer” o Suero, un nombre poco común actualmente pero que de antiguo se menciona en la zona norte española, principalmente Asturias, a comienzos de la baja Edad Media. Por lo tanto, agregarle un “de” antes de Suárez sería una redundancia pues el apellido ya lo contiene, quedaría Inés de hija de Suero. Seguramente historiadores decimonónicos creyeron que el “de” se podía aplicar a todos los apellidos y lo incluyeron quizás como una referencia al pasado. Lo cierto es que la famosa conquistadora se llamaba “doña Inés Suárez”. De hecho, los documentos de la época lo confirman claramente, nunca existió Inés de Suárez.
Del”, “de las”, “de los”, etc. al igual que la partícula “de” fueron desapareciendo gradualmente y pocos quedan, ahora hay más “Fuente” o “Fuentes” que “de la Fuente”, porque como comentaba en un post anterior, los apellidos se fueron simplificando. Los “de los Ríos”, ahora son en su mayoría “Ríos” a secas. Otra partícula común es la “y” para unir dos apellidos. Es relativamente poco frecuente en la colonia y más frecuente en el siglo XIX: Juan Díaz y Salgado o Díaz i Salgado cuando se ocupaba más la i latina. Funcionaba solo para considerar dos apellidos, tal como ahora esa persona sería Juan Díaz Salgado. En aquella época a veces se incluía y a veces no, siempre arbitrariamente.
La única salvedad que he visto con el “de” en apellidos patronímicos ocurría cuando una mujer firmaba o se hacía llamar con su apellido y sumaba el del marido (siglo XIX y XX), entonces en vez de Juana Villar, podía llamarse Juana Villar de García, porque García era el apellido del marido. En este caso el “de” aparecía porque se omitía la relación y el nombre de pila del marido, ya que originalmente debía ser Juana Villar [esposa] “de” [Pedro] García, pero nadie iba a escribir algo tan largo, no? Igual caso con las viudas, que incluso a veces incorporaban el “viuda de” García.
2. “Don” y “doña”
No sé si reparaste en algo cuando puse el nombre de la famosa señora Suárez (nunca más “de” Suárez, por favor), y es que llevaba la partícula “doña”. Y pese a que ahora es muy común tratar de “don” o “doña” a todas las personas adultas, resulta que durante la conquista, colonia e incluso república estaba reservado sólo para algunas personas.
El uso del “don” en el siglo XVI era exclusivo de la nobleza (o hidalguía notoria) y muy pocos podían usarlo, probablemente no más del 2% o 3% de los que llegaron a Chile. Y por lo tanto, quienes lo utilizaban estaban en una categoría superior. Este uso fue ampliándose a medida que pasaron los siglos. En el siglo XVII los hijos de los primeros conquistadores, encomenderos, también lo usaban; pero no los artesanos o gente digamos “de clase media”. Sin embargo, en el siglo XVIII con una buena posición económica se podía aspirar a un trato preferente. Luego en el siglo XIX siguió ampliándose y ya en el siglo XX se popularizó completamente.
Lo importante de lo anterior es que utilizarlo daba categoría y las personas que tenían este derecho de sangre (en el siglo XVI), procuraban aparecer en todos los documentos con esa partícula. El derecho de uso se heredaba por linaje, no se compraba, aunque el rey podía otorgarlo, como lo hizo con algunos conquistadores que obtuvieron títulos nobiliarios u honores; el propio Pedro de Valdivia no lo tenía, hasta que fue autorizado por el rey y pasó a ser “don” Pedro de Valdivia.
Como señalé, el derecho o la restricción de su utilización, fue haciéndose más laxa y más personas lo incorporaron, independiente de la cuna. En particular, las mujeres tenían más probabilidad de usar el “doña” que un hermano; esto ocurría muy posiblemente por deferencia hacia ellas. De hecho, hay casos donde un esposo no usaba el “don”, pero sí su mujer y en esos años los niveles sociales de los contrayentes debían ser muy similares.
Para la construcción familiar el uso del “don” es relevante, porque un Francisco González era otra persona distinta de don Francisco González. Para este último caso hay que considerar que su nombre incluía el “don”, era parte de su identidad, no un agregado intrascendente, al contrario. Por último, hay etapas de la vida de una persona en que no aparece con la partícula y luego sí; es más frecuente verlo hacia fines de la colonia y en los siglos posteriores, cuando no había un control estricto y su utilización seguía evolucionando.
Doña Inés probablemente no usó el “doña” antes de hacer la expedición con Valdivia; era hidalga, pero no noble. En Chile, sin embargo, fue tratada con toda deferencia y en los documentos se la sitúa en la mayor categoría. Sin dudas, frente a los ojos de sus contemporáneos se había ganado el derecho a ser “doña Inés Suárez”.
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